
Yania Arivéz
La pelvis, también llamada cintura pélvica es un anillo óseo formado por dos huesos coxales o iliacos, el sacro y el pubis. Cada uno de los huesos coxales está formado a su vez por la fusión del ilión, el isquión y el pubis. El sacro y el coxis, por su parte, situados en la parte posterior, son el resultado de la fusión de vertebras y forman el extremo inferior de la columna vertebral.
La pelvis es una estructura clave en el mantenimiento de la salud e integridad de la columna vertebral. Es la estructura encargada de unir el miembro inferior y el tronco, formando la parte inferior de la pared abdominal, sirve de origen e inserción a los músculos del miembro inferior y aloja a las vísceras abdominales. Entre sus funciones están: estabilizar el centro de gravedad, favorecer las posiciones estáticas y transmitir los impulsos.
La palabra Pelvis es latina, de raíz indoeuropea, significa Vasija de barro o recipiente. Y en efecto la fusión de todos los huesos mencionados forman una especie de contenedor o vasija, también llamada bacinete. La pelvis tiene variantes femenina y masculina. Esta diferencia básicamente está determinada por su función, ya que la pelvis femenina requiere de amplio espacio interno para posibilitar el proceso de gestación y el parto. Por lo tanto sus crestas iliacas y su cavidad son mas anchas lo cual propicia que los ángulos pelvianos estén más abiertos, la distancia entre los isquiones es mayor y; en conjunto, ligeramente más inclinada hacia delante en comparación con la pelvis masculina.


La pelvis es la central que cualifica todos los movimientos que realizamos en la vida cotidiana. Es un centro que irradia su estado muscular (sea en extremo tenso, o relajado, así como todos las gradaciones intermedias) hacia todas las demás estructuras del cuerpo. En otras palabras, si los músculos que participan en el movimiento pélvico viven tensos, sin suficiente oxígeno y sangre circulando por sus fibras libremente, el movimiento global resultante será limitado, entrecortado, disfuncional. En el extremo opuesto, músculos asociados laxos generan movimiento descontrolado, desarticulado, “despatarrado” y también disfuncional. Prácticamente no hay movimiento que no atraviese o resuene en esta gran estructura gracias a la interrelación dinámica de las fascias musculares. Desde el movimiento respiratorio de inhalar y exhalar, hasta el movimiento de flexión y extensión cervical o de los deditos de los pies reclaman una participación, más o menos sutil, de la pelvis. Por lo tanto, resulta de gran importancia poner especial atención a la manera en que se entiende dicha estructura, a la concientización de sus funciones y roles fundamentales y sobre todo a la reeducación corporal propiciando en el alumno de danza el aprendizaje a partir de ejercicios que incluyan su localización táctil así como ejercicios básicos para sensibilizar esa región del cuerpo con la finalidad de lograr la representación de la propia pelvis para poder moverla después.
Referencias:
Calais, BG., (1993). Anatomía para el movimiento.
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